/ Actualidad / Diversidad / “Las mujeres que hemos sufrido violencia machista debemos ser nosotras mismas las que nos empoderemos para hacernos valer”
¿Cómo cinco mujeres víctimas de violencia machista se unen para hacer teatro?
Éramos parte de una organización que nos brindaba ayuda legal y psicológica para hacer frente a lo que habíamos vivido. La mayoría llegamos buscando ayuda legal, pero uno de los requisitos era recibir terapia psicológica, tanto individual como grupal. Dentro de ese proceso, hubo un proyecto documental, donde se recogían los testimonios de mujeres que habían sufrido este tipo de violencia. De entre todas las mujeres atendidas, que eran más de 1.000, quedamos seleccionadas 12, a las que nos presentaron la idea de crear una obra de teatro. Fue allá por el 2008. Y accedimos. Pese a ser parte de la misma asociación, no nos conocíamos entre nosotras, ni la mayoría habíamos tenido contacto alguno con el mundo del teatro. A raíz de este trabajo, sumado a la terapia que veníamos realizando, se transformaron nuestras vidas.
¿En qué sentido?
En el momento en que empezamos a escuchar las historias de otras compañeras, hubo una parte importante de liberación de la carga que llevábamos en nuestro interior. Y no solo en el sentido emocional. También nos ha ayudado de forma profesional. En mi caso personal, había estado en un matrimonio de 18 años, siendo víctima de violencia. Era ama de casa, nunca había trabajado. Hasta desconocíamos qué gestiones y procesos burocráticos se debían realizar para revertir la situación. En 2010 se estrenó la primera obra de Las Poderosas. Ahora, gracias al teatro y a la labor grupal, he pasado a ser actriz profesional. Y todo ello, gracias a seguir una metodología que nos ha cambiado la vida.
¿En qué consiste la metodología?
Hay que tener en cuenta que trabajamos con mujeres maltratadas y sobrevivientes a este tipo de violencia. Al comienzo la mayoría son muy introvertidas, por las situaciones que viven. Muchas piensan que no merecen estar en esos espacios, que no pueden hacerlo. Lo primero es hacerles ver que son capaces, que tienen derecho a una vida plena y alcanzar lo que se propongan. A partir de ahí, se diseñaron dos líneas de actuación utilizando el teatro como terapia: la sanación personal y el empoderamiento. Después de nuestras primeras experiencias, se creó un manual en base a los aprendizajes, y es lo que utilizamos ahora. Llevamos ya 14 años, y con cada proceso seguimos enriqueciendo la metodología.
¿Cómo se ha enriquecido?
Es una metodología integral no solo para la sanación y el empoderamiento, sino también para la sensibilización. Ahora también trabajamos en centros de integración para mujeres maltratadas en cuatro territorios. Y hemos pasado a trabajar con mujeres que no han sufrido la violencia. También con jóvenes y adolescentes. Lo trabajamos como procesos formativos, ya que muchas desconocen las distintas situaciones de violencia: la violencia física –la agresión–, la psicológica –el insulto– o la social –el control–, por ejemplo. Ese desconocimiento hace que se normalice la violencia, y lo tengan interiorizado. En los territorios donde existe menos información, aún más.
¿Qué cambios se dan durante ese proceso?
Hay un antes y un después. Si ves cómo llegan esas mujeres y cómo afrontan esos mismos procesos más tarde, hay una transformación total. Cambian su forma de hablar, de vestir y también de vivir. Muchas retoman sus proyectos de vida, empiezan o siguen estudiando, su vida se desarrolla. En un proceso totalmente transformador.
¿Qué mensaje transmiten?
Que se puede salir. Queremos mostrar esa esperanza. En la obra, exponemos distintas situaciones de violencia, y en un momento dado, una de las protagonistas, decide parar. De esta forma quienes la ven, identifican esos casos de violencia y entienden que deben ser ellas mismas las que deben dar pasos para pararlo.
¿Y qué perciben?
Después de cada obra hay mujeres que se acercan a preguntarnos qué y cómo deben hacer las cosas para revertir estas situaciones. Ha habido casos de mujeres que nos han venido reconociendo que estaban decididas a quitarse la vida, y la obra les ha enseñado que pueden salir adelante. Hubo otro caso, del esposo de una de las compañeras. Vio la obra y se dijo que no quería volver a ser un maltratador. Accedió a recibir terapia psicológica y de pareja. Ha habido gente que se ha abierto a hablar sobre la violencia que ha sufrido cuando nunca lo había hecho. Hemos notado que hemos dado luz a muchas mujeres.
En su caso, son protagonistas de una ficción de situaciones que han vivido en su propia piel y han sido protagonistas reales. ¿Cómo es capaz el teatro de anteponerse ante esas heridas que puede causar la violencia machista?
Con cada obra que realizamos, nuestra sanación sigue avanzando. Son procesos distintos, no son iguales para todas. Cuando nos iniciamos, muchas de nosotras no podíamos entablar una comunicación normal; éramos introvertidas y desconfiadas. El teatro nos ha ayudado a volver a confiar en nosotras mismas y también en las demás. El hecho de subir a un escenario y compartir experiencias nos ha unido para hacer frente.
¿Qué han aprendido de todo ello, tanto a nivel individual como grupal?
Colectivamente, hemos vuelto a compartir experiencias, algo que se nos había negado. Nos volvemos a sentir contentas. Algo que hemos aprendido, y que es también muy importante en el proceso de sanación, es que nadie nos puede empoderar. Debemos ser nosotras mismas las que nos empoderemos, las que nos hagamos valer, y las que hagamos hacer valer nuestros propios derechos. Personalmente, soy otra persona. Y profesionalmente, he orientado mis estudios a este ámbito. Soy licenciada en gestión cultural, y estoy cursando la licenciatura en derechos humanos y cultura de paz. También me otorgaron una beca para un posgrado de liderazgo feminista, algo que, sin este proceso, no habría logrado hacer.